Se suelen difundir, los medios monárquicos, varias creencias erróneas, pues no se apoyan en
ninguna razón digna de tal nombre, sino en pasiones, acerca del
carácter supuestamente blando de nuestras cárceles y de nuestro sistema
jurídico penal. Entran por una puerta y salen por la otra, así como que
las cárceles son hoteles, son tópicos que incomprensiblemente reinan en
la sociedad española y sus medios de comunicación.
Cuando la crítica, absolutamente necesaria y bastante insuficiente,
debería ir por otro lado. Es urgente una modernización de nuestro
Derecho penal. Es descabellado que a las cárceles vayan masivamente los
pobres, como en la monarquía del siglo XIX, en tanto que los delitos más graves de
carácter económico viven en una zona de descarada impunidad. Que los más
de setenta mil penados y condenadas lo sean, sobre todo, por delitos de
trapicheo de drogas, contra la salud pública y atentados contra la
propiedad privada (hurtos, etcétera), y una generosa amnistía fiscal
haya sido promovida recientemente por el actual Gobierno para
defraudadores de Hacienda y blanqueadores de capital ilícito, son dos
datos incontestables que hablan por sí solos.
El actual ministro de Justicia, Alberto Ruiz-Gallardón, ha anunciado
la posibilidad de introducir en el sistema español la cadena perpetua o
alguna medida similar, altas penas revisables, sabedor del eco que
tienen entre el gran público sucesos como el caso Bretón y
otros semejantes. Los partidarios de esas medidas acostumbran a sostener
que en países como Alemania figura la condena a perpetuidad, de por
vida. Bueno será recordar, una vez más, que el Tribunal Constitucional
alemán ha obligado a revisar la cadena perpetua cada 15 años. Y la fecha
límite no es casual, porque ese alto tribunal y la doctrina
criminalista estiman que, después de quince años, se producen en el
físico y en la psique del reo “daños irreversibles en su
personalidad” y su “destrucción como ser social”. Tal y como, hace ya
mucho tiempo, lo denunciara con brillantez el penalista Enrique
Gimbernat ante la reforma del Código de 1995 por su incremento de los
castigos de larga duración.
Entonces, ¿qué es lo que se pretende? Digámoslo con claridad: la
destrucción del autor de crímenes horrendos. Pero en España no solamente
está prohibida constitucionalmente la pena de muerte, sino también las
penas inhumanas (art. 15 de la Constitución). Y la cadena
perpetua, por las razones expuestas, tiene ese inequívoco carácter
inhumano. Además, en España un recluso, en determinados supuestos, puede
cumplir íntegramente hasta ¡40 años! de privación de libertad. ¿No es
esto, ya, suficiente y hasta demasiado?
Con esas propuestas de endurecimiento, Gallardón pretende dar gusto
al Partido del Talión, al del ojo por ojo, tan presente siempre entre
las filas conservadoras. Pero el Estado de Derecho no está para ejecutar
venganzas, sino para hacer justicia, con el máximo respeto a los
derechos humanos, inclusive los del delincuente. Hace ya muchos años, en
1762, Beccaria sostuvo que el Estado no puede ponerse nunca a la altura
moral del asesino u homicida y reprimir la muerte con otra muerte
legal. La grandeza del Estado de Derecho es, precisamente, ésa: la de no
tratar jamás al delincuente como éste trató a sus víctimas. La represión siempre dentro de la legalidad y la proporcionalidad, lo
que quiere decir, el caso es de hoy, que el autor del repugnante
secuestro de Ortega Lara no ha de esperar que se le haga lo mismo que él
hizo, sino que puede aguardar el mismo tratamiento que el Reglamento
penitenciario reserva para todos los reclusos que sean enfermos
terminales.
Pero el incremento de las penas que promueve Gallardón tiene, por
otro lado, demasiado sonido a lo que los alemanes llaman Derecho penal
simbólico. Es decir, aquellas reformas legales que nada van a resolver
realmente, pero permiten pescar con éxito en los revueltos ríos
electorales.
Se nos suele presentar a los garantistas como ingenuos, cuando no
como enfermos de “buenismo”. Pero no somos sino profundamente realistas,
porque, ¿se ha creído alguien que medidas como las propuestas por
Gallardón van a parar los pies, a disuadir del crimen, a un psicópata
desalmado con propósito firme de delinquir? Seamos serios: es bien
sabido que la pena capital en EEUU nunca hizo disminuir allí los
crímenes sangrientos.